Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.

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Urbanismo contemporáneo: definiciones, límites y necesidades

Por: Carlos Oliva Mendoza

En Siete ideas sobre la ciudad

En Ersila, para establecer las relaciones que rigen la vida de la ciudad, los habitantes tienden hilos entro los ángulos de las casas, blancos o negros o grises o blanquinegros según indiquen relaciones de parentesco, intercambio, autoridad, representación. Cuando los hilos son tantos que ya no se puede pasar entre medio los habitantes se van: se desmontan las casas, quedan sólo los hilos y los soportes de los hilos.

Italo Calvino


I
Ciudad y mercado son dos entidades que parecen necesarias en su constitución y aparición. La sociedad o comunidad mercantil desarrolla una ciudad, a la par que la ciudad se constituye a través de mercados y relaciones mercantiles diversas.


II
La relación entre ciudad y dinero no parece una relación consustancial. Sin embargo, cuando las ciudades se desarrollan, parecen suplir las relaciones de intercambio mercantil simple por relaciones dinerarias, esto es, abstracciones de la socialidad a partir de un intercambio mediado por el equivalente monetario. Esto fractura permanentemente la relación concreta en las ciudades.


III
Es clara y progresiva la subordinación del intercambio mercantil simple, entre mercancía y mercancía (m-m), o trueque, por un intercambio más com-plejo entre mercancía-dinero-mercancía (m-d-m) en la constitución permanente y progresiva de la ciudad. Este equivalente, que funge como el mediador –el dinero– se constituye socialmente en lo que se denomina “capitalismo impreso”. Pensamos que este capital impreso es la moneda, el billete, el cheque, la tarjeta de crédito o el libro, pero la principal forma del capitalismo impreso es el calendario y el reloj. De ahí su vigencia y uniformidad dentro de los sistemas capitalistas. Cada año, cíclicamente, renovamos nuestros calendarios, reajustamos nuestro reloj. Ritualmente damos crédito a todo el sistema normativo del capitalismo impreso. Respecto a las ciudades, éstas dejan de constituirse como ciudades-mercados y se actualizan como calendarios y metrónomos. Fechas, tiempo y ritmo. La ciudad deja de ser un mercado, como el que ha resurgido de formas variadas y complejas en el establecimiento y abastecimiento de los centros de acopio después del terremoto del 19 de septiembre (donde incluso vemos surgir formas pre-mercantiles como el obsequio, el regalo, el presente, el robo o el acto de solidaridad, caridad o ayuda mutua). Por el contrario, con el capitalismo impreso, la ciudad se transforma en un calendario, con un ritmo de 24 horas, encaminado a la producción. Los mercados siguen existiendo en la ciudad, pero ahora lo central es el dinero. La ciudad deviene la forma arquetípica del intercambio mercancía-dinero-mercancía (m-d-m).


IV
El núcleo urbano se alcanza en esta relación (m-d-m). Es móvil y dinámico. Donde la mercancía alcanza mayor sedimentación del dinero, antes de transformase en otra mercancía, es donde se establece el núcleo urbano. Por esto puede construirse una “ciudad universitaria”, porque ahí la mercancía del saber-conocimiento-arte-ciencia-y-técnica está en permanente formación (garantizada con muy disímbolos e inequitativos salarios, con becas, condiciones privilegiadas de estudio y desarrollo; todo esto es dinero), con el fin de poder convertirse en la mercancía social profesional. No el oficio, sino el conocimiento y “talento” profesional. Igualmente por esta razón –el privilegio del intercambio dinerario– en este temblor acaecido el cabalístico 19 de septiembre, el núcleo urbano no fue definido por los terribles colapsos, sino por los colapsos que sucedieron en las zonas capitalizadas de la ciudad, esas colonias adonde “vamos a pasear”, y paseamos en ellas porque ahí está aconteciendo el permanente tremor de una mercancía convertida en dinero; la espera llamativa y fulgurante al ser testigos de en qué mercancía devendrá ese dinero acumulado (es lo que sucede al pasear frente a los aparadores y los mercadillos, al entrar a las cafetería, los bares, los restaurantes, al oír a los músicos que deambulan en esas colonias prototípicas). Es increíble que con todo el saber acumulado –el capital epistemológico acumulado– no hayamos sido capaces de despoblar o reorientar el repoblamiento del corazón de Ciudad de México. Ahí deberían existir lagos, ríos, parques, pequeñas y públicas edifica-ciones, grandes ciclovías y sistemas pú-blicos de transporte. Debería ser un proyecto de mediano y largo plazo, y no un proyecto que se edifique sobre nuestros cadáveres.


V
El núcleo urbano genera, además, un movimiento interno y violento para establecerse. Debe limitar los alrededores. Su identidad básica la construye al postular la diferencia entre lo urbano y lo rural, entre el campo y la ciudad. Después procede a limitar la ciudad y la periferia. Es un movimiento normativo y ex-pansionista; es la norma para crear más núcleos urbanos. En el fondo, es un correctivo social para que toda mercancía deba servir, antes que al proceso de producción y consumo, al proceso de intercambio dinerario. Su objetivo es generar plusvalía, una ganancia extra y sobrepuesta a la relación de producción y consumo.


VI
Según Bolívar Echeverría existen tres grandes despliegues en los que se media y confronta la relación entre el campo y la ciudad, entre lo rural y lo urbano. Estos serían la relación entre aldea y campiña, campamento y desierto, asentamiento y plantación. Se trata de oposiciones que responden al modo de producción. Así como la aldea y el asentamiento son formas sedentarias, de diversa escala, el campamento es establecido por una comunidad nómada que sólo temporalmente se asienta para producir, pero cuyo objetivo siempre es migrar. Todos estos elementos preludian, constituyen, prefiguran y permanecen en las ciudades, pero se definen por su relación con lo que ya ha sido marcado como rural o natural. No olvidemos que estas confrontaciones están fracturadas por la constitución del núcleo urbano. La campiña es, respecto de la aldea, una forma natural domesticada, pero con un límite preciso que, al desbordarse, se vuelve silvestre. Así es la ciudad, o lo urbano, en muchos de sus espacios y tiempos. Un parque es un espacio domesticado, pero a ciertas horas de la noche se vuelve un lugar silvestre, peligroso, al que el aldeano o aldeana citadino no puede acceder sin riesgo. El desierto, por su parte, enfrenta simbólicamente al campamento. A tal grado se reconoce el despliegue de la forma natural, que un grupo humano sólo puede acampar y siempre debe saber partir, antes de que lo rural destruya a ese grupo. Es la actitud clásica del migrante que se sabe ajeno al mismo cuerpo urbano establecido y que debe migrar permanentemente para sobrevivir.

Finalmente, la plantación es el modo de producción más tenso sobre la forma natural, pues introduce una variable que obliga a un asentamiento crucial y, aparentemente, definitivo; domestica y transforma ple-namente lo rural. Un papel similar en las ciudades es el que juegan las escuelas y los centros de educación. O los grandes rascacielos que, como plantaciones de monocultivo, afectan y norman todo a su alrededor. Es importante no perder de vista que estos comportamientos, tensiones y límites siguen operando en nuestras ciudades, por eso se muestran y operan en situaciones de emergencia y de catástrofes sociales y naturales. Es importante, a la vez, no perder de vista que si bien sobre estos com-portamientos se forma la ciudad comercial o burguesa y la ciudad-Estado, que dará lugar a las naciones, nunca desaparecen los pares de conflicto entre lo urbano y lo rural. Es en estas configuraciones, ten-siones siempre entre el campo y la ciudad, donde podemos vislumbrar nuevas formas de poblar y permanecer en la ciudad.


VII
No existe propiamente una ciudad; existen, según la resolución espacial y temporal del conflicto entre lo rural y lo urbano, muchos tipos de ciudad. Incluso en un mismo espacio urbano conviven diversas ciudades. Sin embargo, no hay que perder de vista que ese conflicto está creado por un compor-tamiento mercantil complejo, que media las cosas de forma abstracta –a través del dinero– y que construye y reconstruye un espacio violento y jerárquico: el núcleo urbano. En la actualidad, ese comportamiento es tan radical que ha alcanzado a borrar, en muchos aspectos, el conflicto entro lo urbano y lo rural y se ha establecido más allá de la ciudad burguesa o estatal; es lo que se denomina la ciudad capitalista. Bolívar Echeverría la definía así: “La gran ciudad capitalista no respeta la especificidad del campo sino que lo tiene como entidad técnicamente sustituible que puede ser producida a partir de las necesidades citadinas.” Este punto conlleva una variación radical: en lugar de pensarla como ese ente dinerario (m-d-m), la ciudad sería un hecho de circulación petrificada y espectral que se genera entre el dinero, la mercancía y el dinero (d-m-d). En el capitalismo contemporáneo la ciudad vuelve a ser una mercancía pero, en la apoteosis del capital, sos-tenida sólo por dinero y apuntando hacia el dinero. El dinero simbólico y acumulado –como en el crédito nuestro de cada día– solamente se materializa en una mercancía para generar más acumulación crediticia. Esto explica un hecho fundamental: la ganancia se centra en la renta de esa mercancía que debe estar pro-duciendo dinero constantemente. Por esto las ciudades capitalistas generan monopolios de la propiedad, créditos para viviendas precarias, hechizos para invertir en zonas europeizadas dentro de la ciudad –esas colonias que dan la impresión de posibi-litar, por un breve tiempo, la utopía del vivir en un país desarrollado, entre dos colonias, digamos, de riesgo o de servicios elementales. Todo esto se descubre, de manera angustiante y enigmática a la vez, cuando en las ciudades capitalistas contemporáneas acontece una desgracia. Entendemos que la forma mercantil sobre la que nos encontramos, nuestra ciudad, no existe sustancialmente si no está anclada, como muchas formas de nuestra vida, a un frágil aparato de acumulación de capitales que no tiene ningún sentido y que no nos garantiza, ni siquiera, la vida cotidiana •


Ciudad de México, México, diciembre de 2018

Carlos Oliva Mendoza

correo electrónico: carlosoliva@unam.mx